miércoles, 21 de enero de 2015

LA VERDADERA JUVENTUD



JOVEN:  Si sabes mirar el mundo con los ojos nuevos, que te da la fe, entonces sabras salir a su encuentro con las manos tendidas en un gesto de amor. Sabrás descubrir en él, en medio de tanta miseria y tanta injusticia, presencias insospechadas de bondad, fascinadoras perspectivas de belleza, motivos fundados de esperanza en un mañana mejor. Si dejas que la Palabra de Dios entre en tu corazón y dejas que lo renueve, comprenderás que no es necesario rechazar todo lo que los adultos hacen, dicen  o  pretenden mostrarte para  tu  mayor  beneficio y  una  vida plena, y en particular tus padres, quienes te  han transmitido valores y principios. 

Sólo hay que discernir con sabiduría cada cosa, para descartar lo que es caduco y conservar lo que es válido y duradero. Más aún, descubrirás cuánta gratitud debes a los que te  han precedido, porque también ellos han esperado, luchado, sufrido. Y todo esto lo han hecho por ti. Ésta es, en efecto, la verdad: las jóvenes generaciones de ayer, las de tus padres y tus abuelos, afrontaron fatigas, dolores, renuncias por ti, con la esperanza de que se  ahorrasen las pruebas que se abatieron sobre ellos. Quizá no han conseguido transmitirnos la mejor parte de sí. Pero, si abre los ojos y descubrirás el amor que ha inspirado sus intentos y podrás reconocer en el pasado una fuerza más que un peso: una propuesta y una posibilidad más que un condicionamiento.

Si sabes responder a la llamada de Dios descubrirás -y muchos de ustedes sin duda lo han hecho- que la verdadera juventud es la que da Dios mismo. No la de la edad, anotada en el registro oficial, sino la que desborda de un corazón renovado por Dios. Descubrirás que el más joven puede ponerse al lado del mayor que él y entablar un diálogo dando y recibiendo algo con enriquecimiento recíproco y alegría siempre nueva.
Descubrirás que el más pobre, el más probado en el propio cuerpo, el más desprovisto humana y socialmente, puede ser en realidad el primero en el reino de los cielos, puede ser aquél o aquella de cuya mediación se sirve Dios para traer la salvación al mundo. Descubrirás que un enfermo, un moribundo puede unir su vida a la de Cristo y contribuir a cambiar el curso de las cosas, lo mismo que el más fuerte y el más sabio. Descubrirás dónde está la verdadera fuerza que puede transformar al mundo.

La verdadera fuerza está en Cristo, el Redentor del mundo. Este es el punto central de todo el discurso. Y éste es el momento de plantear la pregunta crucial: Este Jesús que fue joven como ustedes, que vivió ejemplarmente en una familia y conoció a fondo el mundo de los hombres,

¿quién es para ti? 
¿Es sólo un hombre, un gran hombre, un reformador social? 
¿Es sólo un profeta mal comprendido entre los suyos (cf. Jn. 1, 11) , y contestado en su tiempo (cf. Lc. 2, 34), y, por esto, condenado a muerte? 
¿O no es, más bien, el "Hijo del hombre", esto es, el hombre por excelencia, que en la realidad de la carne asume y resume las vicisitudes, las tribulaciones de los hombres sus hermanos, y a la vez, como "Hijo de Dios", las rescata y redime todas? 

Yo sé que Cristo hombre y Dios es para los jóvenes el punto supremo de referencia. ¡Lo sé!.
En el pórtico de la pasión que la liturgia pascual que  conmemoramos, sentimos resonar precisamente en el Evangelio, aquello   que nos  debe  hacer  meditar   como debo  vivir  mi  juventud, tomémos  como referencia  este pasaje  de  la  Sagrada Escritura  donde nos  dice entre las líneas de una cínica trama, la arcana palabra de Caifás que pensaba sacrificar al inocente "para que no perezca la nación entera. Esto -observa el Evangelista psicólogo- no lo dijo por propio impulso, sino que... habló proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos por  el mundo" (Jn. 11, 50-51)

Esta profecía, queridos jóvenes, se ha cumplido. Cristo murió por los hombres, por los hombres de todas las generaciones que se suceden en la faz de la tierra. Cristo murió y con su muerte ha reunido, hermanándolos, a los hijos de Dios. 
La redención humana es obra suya: 
la unidad de los hombres es obra suya; 
y una y otra tienen un valor universal y duran para siempre, porque se alimentan en la inagotable virtud de su resurrección.

Es esencial, pues, creer en Cristo hombre y Dios: en Cristo muerto y resucitado; en Cristo redentor y que recapitula toda la humanidad. Si es viva e inquebrantable su adhesión a Él, les resultará más fácil resolver los problemas -pequeños y grandes- que se presentan en nuestra vida, tanto de individuos como de representantes de la nueva generación. En toda circunstancia de la vida jamás olviden que Dios amó tanto al mundo que dio su Hijo unigénito para nosotros (cf. Jn. 3, 16). Busquen  en su fe, las razones de esperar y el modelo de reaccionar, que es propio de los discípulos de Cristo.

Vigoricen, su fe; revivanla  si es débil. 
¡Abran las puertas a Cristo! 
Abran sus corazones a Cristo, 
acojanlo como compañero y guía de su camino.

En su nombre, estarán en disposición de preparar un porvenir más sereno, más humano para ustedes y para sus hermanos. Está en ustedes, sobre todo en ustedes, consagrarle el tercer milenio, que ya se perfila en el horizonte humano.

Jóvenes  de  todas  partes escuchen  esto: en ustedes ha sido abierta una profesión de fe en Cristo: Él no es solamente un gran hombre o un reformador social. Es el Hijo de Dios que se hizo hombre como nosotros. Él es el Redentor del hombre, que con su muerte ha redimido a todos haciéndolos hijos de Dios. Aviven su fe en Cristo, queridos jóvenes, y saquen  de Él la inspiración para su vida. 

El mundo ofrece tantos ejemplos de mal, de injusticia, de opresión del hombre, de muerte y amenazas de catástrofes. Ustedes deben denunciar el mal, pero sobre todo deben vivir el bien; deben denunciar la cultura de muerte que aflige al mundo con la eliminación de tantos seres aún no nacidos, con la guerra, con la marginación de los inhábiles y ancianos. Frente a todo ello, elijan la vida, y no sucumban  a la cultura de muerte que es también la droga, el terrorismo, el erotismo y otras formas de vicio. 

Pidan y  reclamen  su  puesto en la sociedad, alcen la  voz,  participen  en campañas   que ayuden  a  los  demás, pero sobretodo:  sepan colaborar con las generaciones pasadas, que lucharon como ustedes lo hacen. En una palabra: Abran el corazón a Cristo. Y con la fe y amor a Él, hagance su compañero de viaje, trabajando para que el próximo milenio sea más pacífico, más justo, más moral y solidario.

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