JOVEN: Si sabes mirar el mundo con los ojos nuevos, que te da la
fe, entonces sabras salir a su encuentro con las manos tendidas en un gesto de
amor. Sabrás descubrir en él, en medio de tanta miseria y tanta injusticia,
presencias insospechadas de bondad, fascinadoras perspectivas de belleza,
motivos fundados de esperanza en un mañana mejor. Si dejas que la Palabra de
Dios entre en tu corazón y dejas que lo renueve, comprenderás que no es necesario
rechazar todo lo que los adultos hacen, dicen o pretenden mostrarte para tu mayor beneficio y una vida plena, y en particular tus padres, quienes te han
transmitido valores y principios.
Sólo hay que discernir con sabiduría cada cosa, para descartar lo
que es caduco y conservar lo que es válido y duradero. Más aún, descubrirás
cuánta gratitud debes a los que te han precedido, porque también ellos han
esperado, luchado, sufrido. Y todo esto lo han hecho por ti. Ésta es, en
efecto, la verdad: las jóvenes generaciones de ayer, las de tus padres y tus abuelos, afrontaron fatigas, dolores, renuncias por ti, con la
esperanza de que se ahorrasen las pruebas que se abatieron sobre ellos.
Quizá no han conseguido transmitirnos la mejor parte de sí. Pero, si abre los
ojos y descubrirás el amor que ha inspirado sus intentos y podrás reconocer en
el pasado una fuerza más que un peso: una propuesta y una posibilidad más que
un condicionamiento.
Si sabes responder a la llamada de Dios descubrirás -y
muchos de ustedes sin duda lo han hecho- que la verdadera juventud es la que
da Dios mismo. No la de la edad, anotada en el registro oficial, sino la que
desborda de un corazón renovado por Dios. Descubrirás que el más joven puede
ponerse al lado del mayor que él y entablar un diálogo dando y recibiendo algo
con enriquecimiento recíproco y alegría siempre nueva.
Descubrirás que el más pobre, el más probado en el propio
cuerpo, el más desprovisto humana y socialmente, puede ser en realidad el
primero en el reino de los cielos, puede ser aquél o aquella de cuya mediación
se sirve Dios para traer la salvación al mundo. Descubrirás que un enfermo, un
moribundo puede unir su vida a la de Cristo y contribuir a cambiar el curso de
las cosas, lo mismo que el más fuerte y el más sabio. Descubrirás dónde está la
verdadera fuerza que puede transformar al mundo.
La verdadera fuerza está en Cristo, el Redentor del mundo.
Este es el punto central de todo el discurso. Y éste es el momento de plantear
la pregunta crucial: Este Jesús que fue joven como ustedes, que vivió
ejemplarmente en una familia y conoció a fondo el mundo de los hombres,
¿quién es
para ti?
¿Es sólo un hombre, un gran hombre, un reformador social?
¿Es
sólo un profeta mal comprendido entre los suyos (cf. Jn. 1, 11) , y contestado
en su tiempo (cf. Lc. 2, 34), y, por esto, condenado a muerte?
¿O no es, más
bien, el "Hijo del hombre", esto es, el hombre por excelencia, que en
la realidad de la carne asume y resume las vicisitudes, las tribulaciones de
los hombres sus hermanos, y a la vez, como "Hijo de Dios", las
rescata y redime todas?
Yo sé que Cristo hombre y Dios es para los jóvenes el
punto supremo de referencia. ¡Lo sé!.
En el pórtico de la pasión que la liturgia pascual que conmemoramos, sentimos resonar precisamente en el Evangelio, aquello que nos debe hacer meditar como debo vivir mi juventud, tomémos como referencia este pasaje de la Sagrada Escritura donde nos dice entre las
líneas de una cínica trama, la arcana palabra de Caifás que pensaba sacrificar
al inocente "para que no perezca la nación entera. Esto -observa el
Evangelista psicólogo- no lo dijo por propio impulso, sino que... habló
proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la
nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos por el mundo" (Jn. 11,
50-51)
Esta profecía, queridos jóvenes, se ha cumplido. Cristo
murió por los hombres, por los hombres de todas las generaciones que se suceden
en la faz de la tierra. Cristo murió y con su muerte ha reunido, hermanándolos,
a los hijos de Dios.
La redención humana es obra suya:
la unidad de los hombres
es obra suya;
y una y otra tienen un valor universal y duran para siempre,
porque se alimentan en la inagotable virtud de su resurrección.
Es esencial, pues, creer en Cristo hombre y Dios: en Cristo
muerto y resucitado; en Cristo redentor y que recapitula toda la humanidad. Si
es viva e inquebrantable su adhesión a Él, les resultará más fácil resolver
los problemas -pequeños y grandes- que se presentan en nuestra vida, tanto de
individuos como de representantes de la nueva generación. En toda circunstancia
de la vida jamás olviden que Dios amó tanto al mundo que dio su Hijo unigénito
para nosotros (cf. Jn. 3, 16). Busquen en su fe, las razones de esperar y el
modelo de reaccionar, que es propio de los discípulos de Cristo.
Vigoricen, su fe; revivanla si es débil.
¡Abran las puertas a Cristo!
Abran sus corazones a Cristo,
acojanlo como
compañero y guía de su camino.
En su nombre, estarán en disposición de preparar un
porvenir más sereno, más humano para ustedes y para sus hermanos. Está en ustedes, sobre todo en ustedes, consagrarle el tercer milenio, que ya se
perfila en el horizonte humano.
Jóvenes de todas partes escuchen esto: en ustedes ha sido abierta una profesión de fe en
Cristo: Él no es solamente un gran hombre o un reformador social. Es el Hijo de
Dios que se hizo hombre como nosotros. Él es el Redentor del hombre, que con su
muerte ha redimido a todos haciéndolos hijos de Dios. Aviven su fe en
Cristo, queridos jóvenes, y saquen de Él la inspiración para su vida.
El mundo
ofrece tantos ejemplos de mal, de injusticia, de opresión del hombre, de muerte
y amenazas de catástrofes. Ustedes deben denunciar el mal, pero sobre todo
deben vivir el bien; deben denunciar la cultura de muerte que aflige al mundo
con la eliminación de tantos seres aún no nacidos, con la guerra, con la
marginación de los inhábiles y ancianos. Frente a todo ello, elijan la vida, y
no sucumban a la cultura de muerte que es también la droga, el terrorismo, el
erotismo y otras formas de vicio.
Pidan y reclamen su puesto en la sociedad, alcen la voz, participen en campañas que ayuden a los demás, pero sobretodo: sepan colaborar con las generaciones pasadas, que lucharon como ustedes lo hacen. En una palabra: Abran el corazón a Cristo. Y con la fe y amor a Él,
hagance su compañero de viaje, trabajando para que el próximo milenio sea
más pacífico, más justo, más moral y solidario.
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