San Pablo, de pie en medio del Aerópago dijo: "Atenienses,
veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la
divinidad.
Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he
encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: Al Dios
Desconocido. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo a
anunciar". (Hch 17, 22-23).
San Pablo fue creativo, supo encontrar la puerta por donde
entrar, para invitar a los atenienses al bien mayor. No comenzó condenándolos
por su idolatría, sino reconociendo su respeto por las divinidades, les habló
del único Dios verdadero.
Este quizás sea el reto más grande para los cristianos del
Tercer Milenio: superar nuestra tendencia de condenar. Es mejor presentar la
verdad de una manera clara, serena, atractiva.
Jesús nos dice: "Y Yo, cuando sea levantado de la
tierra, atraeré a todos hacia Mí" (Jn. 12, 32)
La verdad, que es Jesús, debe ser proclamada de una manera
que atraiga, y no impuesta con violencia. Es conveniente recordar las palabras
que el Papa Juan Pablo II nos dejó a los cristianos del nuevo milenio.
"Otros capítulos dolorosos sobre el que los hijos de la
Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por
la aceptación, manifestada especialmente en algunos siglos, de métodos de
intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad...
De estos trazos dolorosos del pasado emerge una lección para
el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener buena cuenta del principio
de oro dictado por el Concilio: "La verdad no se impone sino por la fuerza
de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las
almas". (Tertio Milenio Adveniente #35).
De ninguna manera se trata de quedarnos callados o de
aceptar el error, la mentira, la desviación, el pecado, la injusticia, como
algo normal y acostumbrarnos a vivir en un mundo en caos, se trata más bien de
descubrir cuáles son las necesidades, los sueños, las aspiraciones, los temores
de nuestros contemporáneos y presentarles a Jesús como el único que puede
llenarlos totalmente.
El camino de acción ya nos lo enseñó Jesús cuando se puso a
caminar con los discípulos de Emaús. Se acercó, los escuchó, los interrogó,
luego los iluminó con la palabra y se sentó a partir el pan con ellos. (cf Lc
24, 13-35).
Gran parte de la humanidad camina como aquellos discípulos
llenos de desilución y de tristeza, pero cuando es más grande el cansancio, el
hambre, el vacío, es el momento para sentarse y partir el pan.
El tiempo que vivimos es un tiempo de gracia, la humanidad
espera que ocurra algo o que venga alguien. ¡Qué puede ser más grande que el
Espíritu Santo derramado nuevamente sobre la tierra!
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