viernes, 30 de enero de 2015

EL ROSTRO DE LA VERDAD PARA EL FUTURO




San Pablo, de pie en medio del Aerópago dijo: "Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad.
Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: Al Dios Desconocido. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo a anunciar". (Hch 17, 22-23).

San Pablo fue creativo, supo encontrar la puerta por donde entrar, para invitar a los atenienses al bien mayor. No comenzó condenándolos por su idolatría, sino reconociendo su respeto por las divinidades, les habló del único Dios verdadero.

Este quizás sea el reto más grande para los cristianos del Tercer Milenio: superar nuestra tendencia de condenar. Es mejor presentar la verdad de una manera clara, serena, atractiva.
Jesús nos dice: "Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí" (Jn. 12, 32)
La verdad, que es Jesús, debe ser proclamada de una manera que atraiga, y no impuesta con violencia. Es conveniente recordar las palabras que el Papa Juan Pablo II nos dejó a los cristianos del nuevo milenio.

"Otros capítulos dolorosos sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aceptación, manifestada especialmente en algunos siglos, de métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad...
De estos trazos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener buena cuenta del principio de oro dictado por el Concilio: "La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas". (Tertio Milenio Adveniente #35).

De ninguna manera se trata de quedarnos callados o de aceptar el error, la mentira, la desviación, el pecado, la injusticia, como algo normal y acostumbrarnos a vivir en un mundo en caos, se trata más bien de descubrir cuáles son las necesidades, los sueños, las aspiraciones, los temores de nuestros contemporáneos y presentarles a Jesús como el único que puede llenarlos totalmente.
El camino de acción ya nos lo enseñó Jesús cuando se puso a caminar con los discípulos de Emaús. Se acercó, los escuchó, los interrogó, luego los iluminó con la palabra y se sentó a partir el pan con ellos. (cf Lc 24, 13-35).

Gran parte de la humanidad camina como aquellos discípulos llenos de desilución y de tristeza, pero cuando es más grande el cansancio, el hambre, el vacío, es el momento para sentarse y partir el pan.

El tiempo que vivimos es un tiempo de gracia, la humanidad espera que ocurra algo o que venga alguien. ¡Qué puede ser más grande que el Espíritu Santo derramado nuevamente sobre la tierra!

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