Simeón lo tomó en brazos a Jesús y bendijo a Dios con éstas
palabras:- “Señor, ahora ya puedes dejar que tu servidor muera en paz como le
has dicho porque mis ojos han visto a tu Salvador que tu preparaste para
presentarlo a todas las naciones, luz para iluminar a todos los pueblos y
gloria de tu pueblo Israel”.
Lucas 2, 29 - 32
Hoy quiero, dentro de ésta catequesis de toda la semana,
ahondar en el tema del camino de la alabanza, esa posibilidad de piropear a
Dios pero también de dejarnos piropear por El, la alabanza que es poner la
mirada de Dios en nosotros, la alabanza que es esa actitud de gratuidad, de
apertura, que hace que Dios sea el centro de nuestra vida, lo absoluto de
nuestra vida, ante quien todo no es más que relativo.
La alabanza que es esa mirada en positivo de la vida de cada
uno, de mi propia vida, del proyecto del mundo, la alabanza que no es escapismo
ni evasión, que no es vivir en una nube, en una burbuja, sino al contrario, es
la objetividad del amor, es descubrir desde la mirada del Padre Dios creador,
desde la mirada de Jesús, lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Y hoy
podemos hablar de los frutos de la alabanza en nuestra vida personal, familiar,
comunitaria, nuestros grupos o ministerios.
Cuando falta la alabanza, cuando falta la oración, el
apostolado es puro activismo y nuestra vida comunitaria es una experiencia sólo
sociológica pero no de fraternidad. Cuando falta la oración, hasta lo que
llamamos oración a veces no es más que una especie de desahogo psicológico.
Cuando falta la presencia del Espíritu nuestras actividades apostólicas no son
más que activismo y la misma Iglesia es una estructura burocrática, fosilizada,
pesada, porque falta la presencia del Espíritu.
Cuando falta la presencia del Espíritu Santo nuestra palabra
suena hueca y es campana que retiñe. Los frutos de la alabanza,...es cierto que
la gloria de Dios consiste en el hombre vivo, en el ser humano vivo, pero
también podríamos decir que el glorificar a Dios es fuente de vida para el ser
humano, de vida inagotable, de manantial de vida. Aunque haya que glorificar a
Dios por El mismo y no tanto por las ventajas que nos pueda traer ésta
alabanza, que importante que es esto, alabar a Dios porque es Dios y no por lo
que nos puede dar, aún así, ¿qué duda cabe que alabar a Dios es una fuente de bendiciones
para el ser humano?
Es dando como se recibe. “Bendito sea Dios que nos ha
bendecido” dice San Pablo en la carta a los Efesios en el capítulo I, “Al
bendecir a Dios El nos bendice a nosotros”, porque la alabanza tiene como
primer fruto el desplazar al ser humano del centro de la escena, dejar de ser el
centro, dejar de mirarse el ombligo para poner a Dios en el centro como
absoluto. Esto es importante, esto ya es una gran revolución. Cuando Copérnico
y Galileo descubrieron que la tierra no era el centro en torno al cual todo
giraba se dio una inmensa revolución científica.
Un tipo semejante de revolución se da en el momento en el
que el ser humano se reconoce que el no es el sol, el centro del sistema, sino
sólo un planeta que gira en torno al sol, que recibe su luz del sol, que no
tiene luz propia sino que se limita a recibirla y reflejarla. En la alabanza
volvemos nuestro corazón a Dios para dejarnos iluminar por su luz. Dice el
Salmo 34, 6 : “Contémplenlo y quedarán radiantes”. Y ésta iluminación al volver
nuestros ojos a Dios, se hace visible durante la alabanza comunitaria.
El rostro se enciende, como el de Moisés, como nos dice muy
bien Éxodo 34, 29 : “Bajó Moisés del monte Sinaí y no sabía que la piel de su
rostro se había vuelto radiante por haber hablado con Dios. Este brillo
especial ahora en la Nueva Alianza, en el Nuevo Testamento, lo recibimos de
Cristo Jesús. Hace un rato rezábamos los Laudes, que es la oración de alabanza
de la mañana, de la Iglesia toda que intercede por todos los bautizados, los
hombres de buena voluntad y por todos los hombres y mujeres del mundo.
Justamente Laudes significa eso, “alabanza” y es una oración
también de los laicos y no solamente de los sacerdotes y religiosas. Dice San
Pablo en 2 Corintios 4 : “Pues el mismo Dios que dijo –De las tinieblas brille
la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para irradiar el
conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo Jesús. Entonces,
irradiar el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo es toda una
vocación de alabanza para que nuestra vida se convierta en testimonio y con el
rostro descubierto reflejemos como un espejo, la gloria del Señor. También a
esto lo dice San Pablo en 2 Corintios 3 .
Un segundo fruto de
la alabanza es la sanación.
Sanación integral de la persona. La palabra sanación, que
viene de “salus”, salvación integral. No se refiere solamente a la sanación
física parcial sino a una salvación integral. El mal, el espíritu del mal que
ha penetrado en nosotros nos bloquea interiormente.
Hay una capacidad de amar y de dejarse amar. Hay una
incapacidad para dejarse tocar por la gracia que nos oprime el corazón. La
angustia, la ansiedad, el temor, son fruto de esto, hay un bloqueo, hay falsas
seguridades que nos están amarrando. Hay tendencias equivocadas, viciosas, que
nos están quitando la libertad de los hijos de Dios. Todo esto hace que uno se
cargue de una mirada negativa cuando no agresiva.
Una mirada sobre sí mismo, sobre los demás, sobre las cosas,
sobre la Iglesia, sobre Dios, la necedad y entonces comienza a seleccionar
únicamente los aspectos negativos de todo y lo va acumulando. El origen de todo
éste proceso destructivo está en una herida interior profunda que muchas veces
es inconsciente, en un desengaño, en un fracaso que no hemos sabido aceptar e
integrar en nuestra vida, todo eso que no ha sido asumido, aceptado, amado, que
no ha sido redimido, iluminado por la gracia de Jesús, va provocando con los
años un bloqueo muy fuerte y la alabanza justamente hace que eso se rompa, como
si un dique se abriera y ese valle que estaba seco se convierta en un vergel,
porque a través de los canales llega el agua a cada rincón de ese valle, entonces
uno siente hasta que los músculos se relajan porque hemos vivido meses o hasta
años, tensos.
Ese estar tenso, siempre en guardia, va provocando problemas
graves en todo nuestro cuerpo, en el aparato digestivo, los músculos, las
articulaciones, los tendones, los huesos, la columna, entonces si uno se relaja
en la confianza, en el abandono, en el dejarse estar, porque finalmente esa
herida interior ha sido iluminada por la gracia, ha sido tocada por el Señor
que nos dio justamente la gracia de aceptarla, de asumirla, de mostrársela a El
y que El la vaya sanando. Se produce entonces una gran sanación interior.
Ya citamos anteriormente aquél pasaje de Números en el que
se relaciona la alabanza con la liberación.
Números 10, 9. Fíjense lo que dice Isaías 57 con respecto a
esto: “Yo le curaré y le daré ánimos a él y a los que con él lloraban poniendo
en sus labios la alabanza. Entonces, en la oración de intercesión que hacemos
por algún miembro de la comunidad, por algún miembro de la familia, por algún
grupo, siempre hay que comenzar alabando a Dios. Nunca se le debe pedir nada a
Dios sin antes darle gracias por lo que ya ha hecho en nuestras vidas y muchas
veces, sólo con la alabanza, desciende ya sobre nosotros la curación, la
sanación, aún antes de hacer una petición concreta.
En ésta catequesis en la que estamos descubriendo los frutos
de la alabanza y que ya hemos dicho que lo primero es desplazar al ser humano
como centro y eje, como ombligo del mundo y ponerlo a Dios como centro de
nuestra vida, de nuestro ser y quehacer y de nuestras opciones de vida. Y el
segundo fruto de la alabanza habíamos dicho que es la sanación, la salus, la
sanación integral.
El tercer fruto es la
liberación de toda mala tendencia, prejuicio, complejo.
El cuarto fruto es
ciertamente como dice aquella preciosa plegaria eucarística: “Danos entraña de
misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra
oportuna frente al hermano sólo y desamparado”, justamente, la alabanza atrae
sobre nosotros la misericordia de Dios.
¿Qué es misericordia? es poner el corazón en Dios en la
miseria humana, en la limitación, en el pecado. Sobre todo en éste tiempo que
es tiempo de misericordia, como bien nos decía Santa Faustina Kowalska, es
tiempo de misericordia, es un tiempo especial de misericordia y nosotros a
través de la alabanza nos hacemos instrumento de esa misericordia, que ya
sabemos que no es la manga ancha o la vista gorda, sino que la misericordia es
el corazón de Dios amando, el corazón de Dios perdonando, el corazón de Dios
conteniendo.
El Salmo 40 dice: -“He publicado tu justicia en la gran
asamblea. No he contenido mis labios, Tu los sabes Yavhé, no he ocultado tu
amor y tu verdad a la gran Asamblea y Tu Yavhé no contengas tu ternura para mí,
que tu amor y tu verdad incesantes me guarden!!” En ésta cita se mencionan dos veces el verbo
“contener” en el sentido de retener, de reprimir.
Yo no contengo mis labios y el Señor no retiene sus ternuras
para conmigo, entonces no te contengas, no te reprimas, alaba al Señor,
bendecilo, proclamá la grandeza de su amor en tu vida, proclamá su poder, las
maravillas que el hace a través tuyo. No reprimas tus labios a la hora de
alabar, de bendecir, de dar gracias. Hay una relación mutua entre ambas
acciones. El Señor no contiene sus ternuras en la medida en que nosotros no
contenemos nuestros labios.
El dique de contención que nos aísla de experimentar la
ternura de Dios es nuestra falta de alabanza, nuestro respeto humano, el qué
dirán, la vergüenza, la timidez, para aclamar ante la asamblea, nuestra
familia, nuestra comunidad, nuestros bloqueos, nuestra incomunicación, nuestra
falta de facilidad para hablar con Dios, para escuchar a Dios. Orar es más
escuchar que orar.
Se aprende más escuchando a Dios que hablando. Dios nos dio
dos oídos y una sola boca para hablar la mitad de lo que oímos. Una mujer
prostituta, delante de todos se acercó a Jesús, derramó sus lágrimas, rompió su
frasco de perfume y toda la cosa quedó llena del aroma, no tanto del perfume
sino del aroma del amor, de su gesto heroico y de su agradecimiento. Lucas
7,36-50, y experimentó en sí misma toda la misericordia y ternura de Jesús.
Al recordar a ésta mujer del Evangelio y ver como en las
comunidades a veces también en las familias, por genética, por hábitos, por
cultura, por ésta tendencia de la sociedad posmodernista al individualismo, a
lo light, a la indiferencia, a la frialdad, en fin, a veces hay increíbles
bloqueos para hablar.
En muchas familias la televisión ha sido irónicamente
hablando “la gran salvadora” porque en el almuerzo y en la cena nadie tiene que
hablar de sus cosas, de sus miedos, de sus proyectos, de sus esperanzas, comen
“tragando” y nadie comunica nada, entonces uno se pregunta si eso es una
familia, una comunidad, un hotel, una pensión..... Esos bloqueos, también en
las comunidades religiosas, presbiterales, parroquiales hay increíbles bloqueos
para expresar el amor a Jesús, para orar espontáneamente, para darse testimonio
mutuo de la acción de Jesús en la vida.
A veces me pongo a pensar, el Santo Rosario es una oración
preciosa, tiene que ser una oración vocal, meditativa, contemplativa, una
oración hecha en espíritu y además una oración fuertemente comunitaria para
hacer con los amigos en la comunidad pero a veces me da la impresión de que
para muchos el Santo Rosario es una buena excusa para poner el casete y
entonces no tener que estar expresando con una oración más espontánea, bíblica,
lo que hay en el corazón.
Es importante que también antes de cada misterio uno pueda
expresar sobre la escena evangélica que se va a meditar en el rosario uno pueda
expresar también una oración referida a algún personaje de esa escena, o una
oración de acción de gracias, una jaculatoria, una petición, es decir que el
rosario se haga verdaderamente una oración comunitaria. Esta mujer, que
decíamos, un día rompió su frasco de perfume ante la mirada de todos, y rompió
a llorar además.
Nosotros queremos mantener intacto nuestro frasco, nuestro
vaso, y nos reservamos para nosotros nuestro perfume, nuestro aroma, es decir,
la identidad de cada uno, la riqueza de cada uno, lo que es original, único e
irrepetible en cada uno, los carismas, las cualidades, los dones. Quizá es
porque en el fondo, como Simón, no amamos mucho. Nuestros bloqueos expresivos
puede que no sean en el fondo más que falta de amor. La alabanza es sólo para
los valientes, los audaces, los que han vencido sus inhibiciones en el buen
sentido de la palabra y son capaces, como aquella mujer, de levantarse ante
toda la asamblea, no para hacer ridiculeces sino para hacer gestos que vienen
inspirados por el Señor, gestos que vienen de adentro, gestos que llevan a
frutos de conversión, de cambios de criterios, de cambios de actitudes, no de
arranques sentimentalistas, estoy hablando de algo más profundo, de cantar el
amor de Jesús y al cantar ese amor también manifestar eso en la vida con los
frutos de conversión, de apostolado, en la familia, en la comunidad, es decir,
algo está cambiando en ésta persona porque aunque sigue siendo defectuosa, y
eso gracias a Dios porque somos perfectibles, se ve en el cambios y cambios
claros, sustanciales y damos gloria a Dios por eso.
Ella, ésta mujer de Lucas 7 tuvo que abrirse paso entre
sonrisas burlonas, cuchicheos, comentarios de gente que la señalaba con el dedo
y a eso lo encontramos en todas partes porque hay gente que se las pasa
mirando, como espectadores, y desde el Evangelio y por el bautismo tenemos que
ser protagonistas. Y bueno, el que expone se expone decía un viejo refrán o sea
que si es para gloria de Dios algún palo habrá que recibir, alguna
incomprensión, y si uno realmente aprendió a ser canal y no cisterna lo va a
recibir hasta con cierto humor porque el buen humor, estando en estado de
Gracia, es justamente el buen humor un camino de sencillez, de simplicidad y de
sanación. Por eso insito siempre en el buen humor que no significa tomarse las
cosas a la chacota sino desdramatizando las situaciones que estamos viviendo
porque finalmente todo pasa, sólo Dios queda, Dios es el absoluto y todo lo
demás y todos los demás son relativos.
Otro fruto de la
alabanza es la audacia.
Uno de los dones más importantes para la construcción de la
comunidad, de la Iglesia, es la audacia, el valor para proclamar el Nombre de
Jesús y la Gloria de Dios. Por eso que la primera efusión de la manifestación
del Espíritu Santo después de un retiro espiritual, de una convivencia, o
cuando estamos orando a solas es siempre la alabanza. Mucha gente cree que
recibe una efusión del Espíritu Santo si está en una misa de alabanza o en un
retiro, pero no, quizá está orando delante del Santísimos, solo en su parroquia
y recibe una efusión del Espíritu porque el Espíritu ciertamente viene a
asistirnos constantemente. El Espíritu Santo es el viento impetuoso capaz de
barrer las trabas y barreras que nos impiden abrirnos a la alabanza.
Otro fruto muy
importante de la alabanza es el de ser fuente de discernimiento.
Hay muchas veces en la vida en las que no sabemos que
debemos hacer y que nos preguntamos cuál será la voluntad de Dios para alguna
decisión concreta, o cuál será la voluntad de Dios sobre éste acontecimiento
que veo oscuro, que no veo el faro que me lleve a buen puerto. En esos momentos
debemos volvernos a Dios y alabarle con todas nuestras fuerzas, con sinceridad,
con rectitud de intención, y en éste proceso se nos manifestará su voluntad.
Dice el Salmo 89, 16: “Dichoso el pueblo que sabe alabarte, caminará Señor, a
la luz de tu rostro”. Y efectivamente, cuántas veces hemos experimentado que el
pueblo de alabanza es guiado por Dios en el camino.
Otro fruto de la
alabanza, sobre todo comunitaria, se hace presente en la Palabra de Dios por
medio de alguna profecía.
Ese es un tema un poquito delicado porque profeta no es el
que anuncia el futuro como una especie de vidente, sino que profeta es aquél
que va a hablar con su párroco, con su grupo, su ministerio, su movimiento, o
incluso en la familia, porque después de orar mucho ha recibido como una moción
interior, una luz interior, una fuerte intuición, que se mantiene perseverante
durante varios días y lo dice: -“Yo creo que en éste tema el Señor nos está
pidiendo esto y esto otro”. Por supuesto que uno tiene que estar siempre más
atento a lo que dice el Señor y su Palabra revelada que a lo que dice una
persona de la comunidad porque a veces estamos más pendiente de lo que dice la
gente que de lo que dice Jesús mismo. Pero como en todo hace falta mucho
equilibrio.
No se trata de que se digan cosas nuevas, cosas novedosas
como a veces pasa porque andamos buscando berretines y no a Jesús, y de esto
hay mucho. En realidad ya en la liturgia del templo era frecuente que las
profecías se diesen durante la liturgia de alabanza. Hoy mismo en el Evangelio
de hoy, Simón y Ana eran dos ancianos que estaban dedicando su vida a Dios en
la oración, en el ayuno, en el servicio en el templo y ahí el Señor prorrumpió
en una profecía realmente, entonces en los Salmos de alabanza también
normalmente es el ser humano quien se dirige a Dios pero a veces se interrumpe
éste discurso y aparecen entre comillas unas palabras puestas en boca de Dios.
Lo que ha sucedido es que en el curso de la alabanza Dios ha
comunicado fuertemente su palabra. Así por ejemplo en el salmo 81, mientras los
fieles gritan de gozo a Dios nuestra fuerza, de repente se oye una lengua
desconocida, una intervención profética de Dios, que dice: -“ Yo liberé sus
hombros de la carga, sus manos abandonaron los canastos, en la aflicción
gritaste y te salvé.” V7.
Incluso el Salmo 49 es todo una meditación sobre el aparente
éxito de los malvados y el sufrimiento de los justos. Es quizá uno de los
problemas más difíciles de comprender para todos. Dice el Salmo 73, 16: “Me
puse a pensar para entenderlo, arduo problema ante mis ojos”. Pues bien, lo más
original es la forma que tiene el salimista para resolver éste problema, dice:
-“ Tiendo mi oído a un proverbio, al son de la cítara descubriré mi enigma”.
Yo no sé que pensarán los grandes filósofos o los pensadores
de la actualidad pero acá dice éste hombre de Dios que se puso al son de la
cítara, alabar a Dios cantando. Cuántas veces la respuesta muy concreta de Dios
nos ha llegado durante la oración, incluso durante el canto, durante la
alabanza de la comunidad o incluso durante
la alabanza más hermosa que es la Eucaristía, la Santa Misa, cuántas
horas ahorraríamos si nuestros equipos de discernimiento en lugar de discutir
tanto pasaran más tiempo en la alabanza del Señor y un buen ayuno una vez por
semana, y un ayuno también de la lengua porque en nuestras comunidades se habla
demasiado y se escucha muy poco.
Terminando yo, otro
fruto de la alabanza es el gozo del Señor.
El gozo en el Señor, o como San Pablo dirá, alegrarse en el
Señor, que no es una alegría chicharachera, de esas que abundan en el
postmodernismo que estamos viviendo. El Salmo 89 dice:-“Dichoso el pueblo que
sabe alabarte, caminará a la luz de tu rostro. Tu nombre es su gozo cada día”.
El gozo es uno de los frutos del Espíritu y de la vida
abundante que Jesús ha venido a traernos. El gozo no es un lujo sino una
necesidad. Es nuestra fortaleza frente a todas las dificultades y tentaciones y
es la alabanza la fuente de éste gozo. Isaías 61 dice:-“Consolad a todos los
que lloran, dales diademas en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestidos
de luto, alabanza en vez de espíritu abatido”. La alabanza es entonces la
antítesis de ese espíritu abatido, es el nuevo aceite de gozo. Por eso San
Pablo dirá en Efesios 5:-“ No se embriaguen con vino que es causa de
libertinaje, llénense más bien del Espíritu y reciten entre ustedes Salmos,
Himnos y Cánticos inspirados, es el mejor vino, el vino del Espíritu Santo”.
Este vino produce en nosotros un efecto parecido al del
alcohol pero sin resacas ni enfermedades, nos desinhibe, nos hace capaces de
comunicarnos, llena de alegría nuestra fiesta y da vida a nuestras canciones.
Llena de alegría nuestra vida por eso, Hechos 2,13, dice que cuando recibieron
el Espíritu de Pentecostés estaban llenos de vino del mosto de la alegría de
Dios.
Oración final:
Que la alabanza nos lleve a gustar de la oración Señor, a
tener sed de Vos, sed de Tu presencia.
Que cuando nos sintamos cansados del camino, ese cansancio
que a veces viene de adentro, busquemos siempre pasar un rato con vos a solas
sobre todo delante del sagrario.
De tú a tú, de corazón a corazón.
Contarte los deseos de mi espíritu.
Desahogarte mis angustias y volver animado y confortado
porque Vos sos mi fortaleza Señor, Vos sos la fuerza de mi alma.
Como el ciego Bartimeo en Jericó acudo a Vos pidiéndote
misericordia, que cures la ceguera de mi alma, que yo vea, que te conozca a Ti
con un conocimiento interno, profundo, contemplativo, con un sentido gustado y
amoroso que me cambie los criterios, las actitudes, la forma de mirar mi vida,
mi familia, mis cosas, porque si no cambio los criterios no hay conversión
Señor, no hay conversión.
Como la pecadora pública en casa de Simón el fariseo quiero
echarme a tus pies, besártelos, regarlos con mis lágrimas, y arrepentido de
todos mis pecados e ingratitudes sentir en mi tus ojos compasivos y oírte que
me decís “Andá en Paz y amame más y más”.
Como la mujer samaritana pido beber de Vos, manantial de
agua viva, la única que sacia las ansias de mi alma, y la sosiega, y satisface
con el agua de tu Espíritu para que de mis entrañas broten torrentes de agua y
ya no busque la de las criaturas, finitas y fugaces, cisternas agrietadas,
charquitos de agua contaminada, incapaces de clamar mi íntima y profunda sed de
existencia.
Como María de Betania
yo quiero para siempre elegir la mejor parte, lo que sólo es necesario y que
sos Vos, absoluto de mi vida.
Sentarme sosegado a tus pies y olvidarlo todo en Vos.
Mirar como me miras y
con que amor me amas.
Escucharte y decirte
lo que siento.
Tomar tus manos y
besarlas y apoyarme junto a tu corazón y escuchar sus latidos para que me
purifiques y liberes de todos mis amores pasajeros, contingentes,
superficiales, y palpar y sentir que sos Vos y sólo Vos mi único y gran amor y
el que da sentido a los otros amores puros, rectos y castos de mi vida.
Como Zaqueo, el publicano, deseo ardientemente recibirte en
la pobre casa de mi corazón.
Te ofreceré agua para tus pies cansados, te besaré el rostro
con el beso de la paz y cenaremos juntos, y Vos con sólo tu mirada me cambiarás
el corazón, mi corazón de piedra, mi corazón herido, mi corazón golpeado, mi
corazón avinagrado, mi corazón rebelde, mi corazón resentido, mi corazón
acomplejado en un corazón compasivo, tierno y misericordioso como el tuyo,
permeable a la Gracia, muerto al egoísmo y a la avaricia de lo creado y sólo
deseoso de ser manantial de agua viva para los demás.
Sí Señor, danos esa capacidad de alabanza, dádnosla,
dádnosla Señor.
Te agradecemos por éstos días compartidos aquí en los
estudios de Radio María, te alabamos y te bendecimos porque de todo corazón,
sos grande y maravilloso, y porque además nos diste la presencia de Mamá María
para que continuamente ore en nosotros y con nosotros nuestro permanente
Magnificat para cantar las maravillas que seguís haciendo en nuestras vidas.