Sal 89,16-19: Dichoso el pueblo que la aclamación conoce, a
la luz de tu rostro caminan, oh Yahveh; en tu nombre se alegran todo el día, en
tu justicia se entusiasman. Pues tú eres el esplendor de su potencia, por tu
favor exaltas nuestra frente; sí, de Yahveh nuestro escudo; del Santo de Israel
es nuestro rey.
"Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la Gloria y
el poder del Señor, aclamad la Gloria del Nombre del Señor" (Sal 28)
"Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de
trompetas. Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro Rey; tocad porque Dios es
el Rey del mundo. Tocad con maestría". (Sal 46)
Israel era el pueblo de Dios. De forma natural, los
israelitas cantaban para el Señor y el primer objetivo de su música era
aclamarlo y glorificarlo. De las más de quinientas citas en las que se menciona
la música en el Antiguo Testamento, nueve de cada diez se refieren a cantar o
tocar para Dios dándole Gloria.
Y el Señor se atreve a decir: " ¡Dichoso el pueblo que
la aclamación conoce!".
· ¿Formas tú parte de ése pueblo
dichoso?
· ¿Conoces la aclamación?
· ¿Por qué "cantamos" en lugar
de "decirle" a Dios nuestros sentimientos de regocijo y
agradecimiento?
Cuando hablo, esencialmente es mi inteligencia la que
funciona. Con mi razón puedo identificarme con las palabras de un salmo, e
incluso repetirlas, porque reflejan mi forma de pensar. Pero cuando las canto,
una parte más profunda de mi personalidad entra en juego: mis sentimientos, mi
cuerpo, todo mi ser... se involucra en la aclamación a Dios. La música subraya
cada una de las palabras, las amplifica, las graba en nuestros corazones y
mueve nuestras zonas más profundas, impulsándolas hacia Dios. La música
moviliza tanto nuestro subconsciente como nuestro cuerpo.
Si un cristiano nunca tiene deseos de cantar, ni siquiera
"en su corazón "¿no es esto una señal de que algo no va bien en su
vida? Pablo señala el canto como una primera manifestación de la plenitud del
Espíritu y, al mismo tiempo, como un medio para aumentar esa llenumbre de Dios
(Ef 5, 1 9). Decía Jesús: "De la abundancia del corazón habla la
boca" (Mt. 12,34). Si no tenemos nunca un canto en nuestra boca, es que
hay un vacío en el corazón. De lo contrario, ¿cómo no aclamar a nuestro Dios,
cómo no gritarle alguna vez la alegría que sentimos al pertenecerle?. Si hay
cantos en abundancia, cantar a Dios tiene una facultad maravillosa de llenar
aún más nuestro corazón. En palabras de S. Agustín: "cuando seguimos a
Dios, no hay lugar para las palabras; sólo para los Aleluyas"
"¡Aclamad,
justos al Señor!" (Sal 32) - en otras traducciones "¡Gritad de
júbilo, justos, al Señor!"
La victoria de Jesucristo, único Dios vivo y verdadero, debe
ser aclamada más que todas las victorias de los hombres. Así nos lo dice la
Palabra:"Pueblos todos: ¡batid palmas, aclamad a Dios con gritos de
júbilo! "Sal 47 y "¡Tocad la mejor música de aclamación!" (Sal
33,2).En medio de nosotros, el Señor también juega un partido definitivo.
Sabemos quién es su enemigo. Y conocemos de quién es la victoria. El
triunfador, el goleador victorioso, ¡ es el Cordero degollado !.
Nuestras asambleas, todas nuestras reuniones - seamos cinco,
cincuenta o cinco mil harán bien en asemejarse más a un estadio de fútbol donde
se juega la final. En realidad, es bien sencillo; sólo hemos de alterar el
orden de las letras en la palabra y, en lugar de i G - O - L ! , Gritar i G – L
– O – R – I - A! con entusiasmo desbordante, con todo el ser, a pleno pulmón-corazón-estómago-brazos
y piernas ... ¡hasta que se caigan los techos! Y con los techos, nuestras
barreras: indiferencia, orgullo, complejos, apariencias e intelectualismos.
Que nadie crea que esto son modernidades carismáticas. La
aclamación al Señor era una realidad constante en las celebraciones del pueblo
de Israel. Con toda normalidad, el Señor era aclamado cómo "Héroe
Victorioso". El Salmo 28,2 después de exhortar a los hijos de Dios a
aclamar su gloria y su poder, nos describe la respuesta del pueblo: "En su
templo un grito unánime: ¡GLORIA!". Dice "TEMPLO", no estadio o
cancha de baloncesto.
Hemos de reforzar estructuras y techumbres de nuestras
Iglesias y oratorios... a fin de que resistan las vibraciones y estruendos que
han de venir. Ente nosotros, los católicos, la aclamación ha quedado
"normalizada" o reducida a fórmulas como el "amén" o el
" aleluya". Aunque en realidad son gritos de júbilo, la manera de
entonarlas en muchas asambleas las convierte en un eco apagado. En relación a
esto afirma Max Thurian, teólogo católico de Taizé: "Estas aclamaciones
sencillas deben ser el estallido de la espontaneidad del Espíritu que habla en
la Iglesia".
La aclamación entra plenamente dentro de la tradición
cristiana. San Agustín, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San Gregorio
Magno.... etc., nos hablan de ella. Viajemos con Agustín hasta Hipona, siglo V,
y veamos. El hijo de Santa Mónica nos cuenta - en latín- cómo dos hermanos
enfermos, un hombre y una mujer, habían acudido a Hipona a pedir oración por su
salud. El hombre obtuvo la sanación y dio el correspondiente testimonio. San
Agustín comenzó entonces a hablar, explicando a la asamblea como Dios puede
sanar si todos unidos intercedemos por alguien, cuando un tumulto interrumpió
sus palabras. Gritos gozosos resonaban por el templo: ¡Gracias a Dios,
alabanzas a Cristo! Y es que, mientras el obispo predicaba, la mujer también
había sido sanada. Y el texto termina: "ALIQUANDIU CLAMOREM PROTRAXIT
", o sea que por un tiempo el clamor siguió oyéndose. Hay una cierta
semejanza con la final del Zaragoza. Pero es mucho mayor su parecido con lo
que, actualmente, sucede en los grupos carismáticos.
La Iglesia, nuevo Israel, debe aclamar a Yahvé con gritos de
júbilo e invitar a todos los pueblos a dar palmas en su honor. Igual que el
antiguo pueblo de Dios, debe invocar el Nombre del Señor, lanzando el grito de
guerra con que el pueblo escogido te imploraba su protección en las batallas.
Hemos de aclamar a Aquel que "marcha delante de nuestras tropas”. Aquel
que nos ha sacado de la esclavitud del opresor. Aquel que ha trabado en el mar
carros y caballos, y que ha sido levantado por el Padre de entre los muertos y
hecho Señor del Universo.
En palabras de Diego Jaramillo: "Cuando el cristiano
contempla la Resurrección de Jesucristo, se siente llevado por el Espíritu a
reconocer su Señorío y a expresar su admiración en palabras, en cantos, en
risas, en sílabas entrecortadas, en aplausos, en gritos, en silencios, en
lágrimas... según Dios da a cada uno. Lo básico no es lo que se dice, sino el
amor y la adoración que brotan del corazón"
Las únicas palabras que pronuncia el Pastor, el amigo de la
sulamita, que podría representar a Dios en el Cantar de los Cantares, son:
"Mis compañeros escuchan, hazme oír tu voz!" (Cant 8, 13) Dios mismo
invita a la Iglesia a aclamarlo. Los compañeros que escuchan son los ángeles
que rodean a Jesucristo, sentado a la derecha del Padre, que participan de
nuestra aclamación y son especialmente sensibles a ella. Si hemos de aclamar al
Señor - con sus ángeles y sus santos - por toda una eternidad, ¿por qué no
empezar a practicar ya ahora?
Entonces porque el
pueblo aclamaba a Dios
“David estableció a los levitas que habían de hacer el
servicio delante del arca de Yahvé, celebrando, glorificando y alabando a
Yahvé, el Dios de Israel.”
¿Quiénes eran los
levitas?
Ø Haciendo una
pequeña remembranza acerca de quiénes eran los levitas,
Ø Estos eran una
tribu que fueron designados para estar al servicio en el templo,
Ø Cuidaban los
utensilios sagrados, los tesoros de la Casa de Dios,
Ø Ellos se encargaban
aparte de servir en el momento del culto, estaban encargados en dar mantenimiento
a todo lo referente de la Casa de Dios,
Ø Entre ellos había
sacerdotes, cantores y cantoras por supuesto y porteros, (Núm. 1,50 y sig.) ,
Ø Solo tenemos un
motivo de servir y nuestra recompensa es la mejor y la mayor, nuestra
recompensa es la presencia perpetua de Dios en nuestras vidas.
Aquí encontramos un pasaje bíblico en el que podemos ver
claramente cuál es la función de un ministerio de música al momento de estar
sirviendo.
El mismo Señor ha destinado para los Músicos de Dios solo
una recompensa y esa recompensa es el mismo Señor, él mismo dijo “los levitas
son para mí” Ellos no tenían tierras como las demás tribus, no tenían tierras
como herencia como los demás, su única herencia era el Señor (Num 3,12). Es así
pues que tú y yo como músicos de Dios, solo tenemos un motivo de servir y
nuestra recompensa es la mejor y la mayor, nuestra recompensa es la presencia
perpetua de Dios en nuestras vidas. Te das cuenta que tenemos el tesoro más
grande que pueda o que pudiera existir, el mismo Señor es nuestra heredad, en
agradecimiento a su presencia debemos servirle siempre con el mayor gozo, ya
que hemos sido destinados a servirle por siempre, no solo por unos cuantos
años, El nos llamo a servirle por siempre (1 Cro 15,2).
En Crónicas 16 vemos como debe de ser nuestro servicio como
músicos de Dios al momento de estar al frente del pueblo, vemos tres
características principales las cuales nos darán luz para nuestro servicio en
la alabanza. 1 Cro 16,4 “David estableció
los levitas que habían de hacer el servicio delante del arca de Yahvé,
celebrando, glorificando y alabando a Yahvé, el Dios de Israel.”
Dice que David estableció a los levitas para el servicio
delante del arca de Yahvé, es decir, delante de Dios:
· Celebrando
· Glorificando
· Alabando
Estas tres
características deben reflejar nuestro servicio; es el momento de levantarnos
como músicos de Dios y pedir estos tres carismas o dones a Dios, el carisma de
celebrarle, el carisma de glorificarle y el carisma de alabarle para así
servirle como El mismo ha establecido nuestro servicio a través del Rey David.
Somos llamados a Celebrarle.
1. Celebrar significa: Hacer fiesta,
conmemorar, festejar un acontecimiento, alabar, aplaudir, reverenciar, venerar.
Nuestro servicio necesita estar lleno de celebración
contante a Dios, es necesario que volvamos al amor y deseo de servirle a Dios
como en el principio, en donde todo era Dios, todo estaba en segundo plano y
Dios ocupaba el primer lugar.
Celebrar a Dios es hacer fiesta, es celebrarle con cantos y
música que reflejen el gozo que hay en nuestro corazón, festejar el mejor
acontecimiento que es el hecho de que Jesús nos salvó y nos regala su presencia
a tal grado que el pueblo se contagie de ese gozo y unidos le celebremos en un
ambiente de fiesta, de tal manera que esa celebración sea un gozo poderoso y se
convierta en una fuerza espiritual ya que el gozo del Señor es nuestra fuerza
(Ne 8:10), bien dice la palabra que es “bendito el pueblo que sabe celebrar a
Dios” (Sal 89,15).
Que nuestros momentos de oración este lleno de celebración
para así darle la gloria a Dios.
2. Glorificar significa: Reconocer y
ensalzar a quien es glorioso tributándole alabanzas.
Cuando tú y yo glorificamos el nombre de Dios, estamos
reconociendo y ensalzando a aquel que es glorioso y digno de recibir la gloria.
Es hacerlo el centro de nuestra vida, es reconocerlo y declararlo el centro de
nuestra vida, es tributarle alabanzas. Recordemos que el enemigo no soporta que
el pueblo glorifique a Dios, cuando lo hacemos definitivamente el reino de las
tinieblas se estremece y es cuando los demonios huyen.
Glorifiquemos a Dios poderosamente tributándole alabanzas.
3. Alabar significa: Elogiar, celebrar con
palabras.
En pocas palabras las dos anteriores son un sinónimo de esta
última, alabar a Dios es reconocer a Dios por lo que él es, aún mas allá de lo
que él ha hecho, dice el Papa Juan Pablo segundo: “de modo especial seguir
amando y haciendo amar la plegaria de la alabanza, forma de oración que
responde inmediatamente que Dios es Dios, le canta por El mismo, le da la
gloria por lo que El es, más que por lo que El hace” (Catecismo de la Iglesia
Católica No. 2639)
Imaginémonos que tan poderosa era la forma de celebrar a
Dios, la forma en que lo glorificaban y la manera de alabarlo que arrebataban
la presencia de Dios y El mismo con todo su esplendor y gloria descendía ante
el pueblo. Que tan poderosa era esa alabanza que hasta los oídos de Dios
llegaban y Dios mismo se deleitaba con la alabanza de su pueblo y les regalaba
su presencia. Todo esto lo hacían repitiendo constantemente una frase muy
poderosa: «Porque es bueno, porque es eterno su amor» así lo narra el segundo
libro de Crónicas:
“y todos los levitas cantores, Asaf, Hemán y Jeduthún, con
sus hijos y hermanos, vestidos de lino fino, estaban de pie al oriente del
altar, tocando címbalos, salterios y cítaras, y con ellos 120 sacerdotes que
tocaban las trompetas; se hacían oír al mismo tiempo y al unísono los que
tocaban las trompetas y los cantores, alabando y celebrando a Yahvé; alzando la
voz con las trompetas y con los címbalos y otros instrumentos de música,
alababan a Yahvé diciendo: «Porque es bueno, porque es eterno su amor»; la Casa
se llenó de una nube, la misma Casa de Yahvé”. 2 Cro 5,12-13
Pidamos a Dios el don de alabarle de esta forma, no solo en
el servicio sino en toda nuestra vida, que toda nuestra vida sea capaz de
arrebatar su presencia y así nuestro servicio sea pleno y lleno de la presencia
de Dios.
Hoy en día la renovación necesita de ministerios de música
con este estilo de vida y esta forma de servir a Dios. La iglesia necesita hoy
en día músicos de Dios revestidos de la gracia de Dios, ministerios de música
bien preparados en todos los ámbitos, espiritual, musical, social, ministerios
que vivan una vida en el espíritu bien pura y santa, que reflejemos a Cristo en
toda nuestra vida, la renovación necesita de ministerios entregados, que amen a
sus comunidades, a la Iglesia, necesitamos ministerios de música valientes en
salir a anunciar la buena nueva de Dios, a ser misioneros no solo en nuestra
parroquia sino afuera en donde la batalla se esta peleando fuertemente.
Roguemos a Dios para que los ministerios de música de la
renovación seamos punta de lanza en la evangelización en México y seamos
también instrumentos poderosos para que en cada momento de oración seamos
capaces de suscitar la presencia de Dios.
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